…Pip…Pip…
Eh. Oh. Uuuuh… ¿Qué era esa peste? Olía a mejillón muerto, a huevo podrido, a depuradora, a sudor rancio…
Abrí los ojos, Brian se había quedado dormido encima de mi brazo. Era él el núcleo del olor. En su defensa podía alegar que estaba precioso cuando dormía, de verdad, yo por ejemplo era la persona menos sexy mientras dormía, mi madre solía imitarme con maldad, abriendo la boca de par en par espatarrándose de piernas y con los brazos bien estirados. Alguna vez me comentó que hacía mucho tiempo que ya había descartado la idea de hacerme una fotografía de esas en las que sales tan en paz contigo mismo mientras duermes, ya que durmiendo yo era la antibelleza en persona.
Estaba en una sala blanca, llena de máquinas conectadas a mi cuerpo, no había ventanas, sólo un sofá de color ocre bastante polvoriento en el que reposaba una mochila roja, supongo que de Brian; al lado había una puerta de madera pintada de blanco también, evidentemente aquello no era un hospital.
- ¡Joder que mal hueles! – grité para darle un susto. Se sobresaltó y se puso de pie rápidamente y me miró riéndose al ver que yo me estaba aguantando la risa sin ningún tipo de esfuerzo.
- Tú no cambiarás nunca, ¿eh? Eres encantadoramente odiosa Julietta Britget Smith.
- A mí no me vengas con peloteos, que por tu culpa seguramente me quedaré coja para siempre y me pondré GOGOrda porque no podré hacer ejercicio y no encontraré el amor de mi vida porque seré la chica más bruja del universo y seré más pesada de lo que ya soy y nadie me soportará y moriré sola rodeada de…
Brian posó su dedo índice sobre mis labios. Y me callé. Y mi yo romántico se deshizo. Y por un momento me apeteció besarle, pero entonces me volví a acordar de que moriría sola y le aparté el brazo de un manotazo.
- Estate quieto Cupido... o te la corto.
Y él sonrió.
“Debe estar pensando que he utilizado los poderes con ella, vas mal encaminada Brit. Le gusto.” – oí en mi cabeza.
- No me gustas, hueles mal. Perdón...
- Perdo... - empezó a decir él.
- ...hueles muy mal - proseguí - además disparas a la gente en la pierna haciendo que casi mueran, torturándolos cantando canciones infumables y leyendo poemas del peor poeta de la historia…
- ¡Oh! ¡¿Qué es eso de ahí?! – exclamó mientras se agachaba a recoger algo. Lo hizo con tanta sorpresa que me entró una gran curiosidad por saber lo que era “eso de ahí” así que me incliné hacia el costado de la cama para ver qué era. – ¡Mira! ¡Esto debe ser tuyo! ¡Seguro que se te ha caído y no te has dado ni cuenta!– dijo con gran entusiasmo, miré toda curiosa hacia la palma de su mano, ahora abierta. Era un tornillo. Cabrón. Lo miré mal. Y él me dedicó una sonrisa torcida bastante burlona. Y por una vez, yo le devolví la sonrisa. – Deja de leerme la mente Brit.
- Jamás. - sentencié mientras seguía sonriendo como una heroína que debía cumplir con su deber.
De golpe se abrió la puerta, era el hombre de antes. Nos miró perplejo, más a Brian que a mí, reflejando cierta alarma en su cara, se le notaba nervioso cómo si algo no estuviera yendo del todo bien.
- ¡Querida Britget!– dijo desde la puerta, teniendo muy presente que desde ahí al menos no llegaría a escupirle – ¡Veo que se encuentra muy bien! Me alegro muchísimo. Brian, ¿serías tan amable de acompañarme fuera? – Brian vaciló por un momento hasta que el hombre insistió – Ya.
Estaba sola en aquella habitación y me di cuenta que no tardarían mucho más en empezar a torturarme, Seven quería lo que era suyo y empezaba a impacientarse, se notaba en el ambiente.
Era mi oportunidad de escapar, la pierna ya no me dolía, supongo que habían usado alguno de esos mejunjes fabricados en factorías no controladas por el estado. Eran una especie de crema que curaba al instante, eliminaba el dolor y cualquier rastro de cicatriz. Si no fuera por ese mejunje estaría o muerta o coja.
Me levanté y me di cuenta de que llevaba puesta una de aquellas batas de hospital que se atan por detrás y en las que efectivamente, se te ve el culo. Genial, haría una salida estelar.
Me quité las vías del brazo de un tirón y sin mirar, me daban grima.
Vislumbré la mochila de Brian y la abrí para ver que había dentro, un cuaderno de dibujo. Parecía ser que a Brian no se le daba bien sólo la música. Quitando el cuaderno y el estuche con colores nada me era útil en aquella mochila, así que conté hasta tres y abrí la puerta con violencia para asegurarme así de que Brian y el hombre con sobrepeso cayeran al suelo aturdidos dándome unos minutos de ventaja.
Y así fue.
Comencé a correr agilmente por los pasillos dejándome llevar por el instinto pero tres pasillos más tarde me di cuenta de que aquello era un maldito laberinto. Estaba jodida. Una alarma empezó a sonar, retumbando en mi cabeza aunque eso no me impidió seguir corriendo, me sentía mejor que nunca, digo me sentía porque al girar una de las esquinas me encontré con Seven que estaba sentado en una silla al fondo de aquél oscuro pasillo que solo estaba iluminado por un ventanal.
- Previsible Brit, sumamente previsible. ¿No te aburre ser tan ordinaria?