Era un día cualquiera a una hora cualquiera de un mes cualquiera, lo único que sabía con certeza era que estábamos en primavera, adoraba la primavera, típico, la gente que no tiene alergias adora la primavera. Me encontraba estirada en la hierba de uno de mis santuarios, como solía hacer un día cualquiera a una hora cualquiera de un mes cualquiera siempre que era primavera, disfrutando de un sol que brillaba con fuerza, regalándome toda la vitamina D de la que había estado falta durante un odioso invierno que siempre se me hacía más largo que un día sin pan.
No le pedía mucho a la vida, esos momentos de tranquilidad me devolvían la poca calma que me quedaba, me hacían sentir más viva que nunca. El tacto de la hierba sobre mi piel, su olor embriagadora, el calor del sol, mis músculos totalmente laxos, la suave brisa, alguna que otra hez de perro, las nubes que de vez en cuando tapaban al sol durante unos segundos… unos cuantos segundos… un minuto… joder, pedazo de nube. Abrí un ojo. Genial. Lo cerré.
- Apártate inútil, me tapas el sol – dije con el mismo desdén que caracterizaba a una adolescente de 16 años.
Silencio y más silencio, y no, ni rastro de mi vitamina D. Abrí los dos ojos esta vez y lo miré profundamente clavándole mil puñales con la mirada mientras me sonreía con desdén. Enarqué una ceja. Nada, seguía sonriendo. Podía moverme yo haciendo la croqueta, pero ¿Por qué? Que se fuera él. Yo estaba aquí primero. YO MÁS Y MEJOR. Hombre ya.
Quince minutos después, ése cabrón seguía ahí parado, tapándome mis preciados rayos de sol primaverales.
- ¿Eres así de estúpida con todo el mundo? – preguntó incrédulo mientras se reía de la situación.
Inútil.
Ágilmente y sin escrúpulos, agarré una de las heces que había a mi abasto y se la tiré a la cara. Y empecé a correr como una condenada, intentándome alejarme lo más posible que pudiera. Usain Bolt a mi lado era un mero patoso.
- ¡Serás cerda! – Oí que mascullaba a lo lejos al darse cuenta de qué era lo que le había tirado.
Seguí corriendo como si no hubiera mañana, y me lancé estrepitosamente a una de las casitas para los niños del parque de al lado como cual conejo entra a su madriguera cuando está siendo perseguido por cualquier zorro hambriento. Guau. A veces me sorprendía a mí misma. Me miré la mano, la tenía llena de mierda y olía fatal. Empecé a reírme a carcajadas, no podía parar, estaba llorando de la risa. Me pasé una hora en babia riéndome cada vez que me miraba la mano, al olor ya me había acostumbrado hacía cosa de 50 minutos.
Cuando creí que el impertinente aquél ya se habría ido a su casa a lavarse, salí de mi escondite riéndome aún y con los ojos llorosos. No di más de dos pasos que algo me agarró por la cintura fuertemente y me levantó del suelo como si fuera una pluma.
- ¿Así que te gusta tirar mierdas a la cara de la gente? – Me susurró una voz masculina.
Mierda.
Empecé a patalear y a dar puñetazos al aire. Cómo si de una mochila ligera se tratara, me cogió de manos y pies. Y empezó a caminar. En el fondo la imagen era muy cómica. ¿Sabéis cómo cuelgan los monos de una rama? Pues más o menos. Había vuelto a mis orígenes. Lo miré, seguía sonriendo. La verdad es que no tenía miedo, no me iba a hacer daño, solo iba a vengarse y para ser sincera esperaba que su venganza estuviera a la altura, ese chico empezaba a gustarme y mucho.
Diez minutos más tarde acabamos en una especie de casa antigua grande, parecía una…
Oh, no.
En efecto, estábamos ante las puertas de una granja y no, ése día no era mi día de suerte, no estaba abandonada desde hacía muchos años.
Entró dentro de la granja y me llevo a dónde yo ya sabía que me llevaría. Al palacio real de la Reina de Inglaterra. Mentira. Se puso delante de una de las vallas, apoyó mi cuerpo en uno de los barrotes y me dejó caer dentro de la cochinera, impactando contra el suelo, llenándome de mierda hasta los ojos, literalmente. Decs.
- ¡Aquí te quedas! – Canturreó mientras se daba media vuelta y se iba.
Me incorporé y presa de la emoción del momento – en momentos como estos me planteaba seriamente la opción de que tal vez en otra vida llegara a haber sido un cerdito Navidul, Nabritdul. Ja,ja,ja. – hundí mi mano en aquél mar de heces y le lancé con todas mis fuerzas una bola de mierda del tamaño de una pelota de básquet. Y acerté. Dándole en toda la nuca, haciendo que aquél extraño diera un trompicón hacía adelante a causa del impacto.
Se giró incrédulo.
- ¡Ven a por mí cobarde! ¡Que te voy a dar la vitamina A, B y C tuya y de tu madre, capullo! - chillé bien fuerte, mientras le hacía un corte de mangas.
Empezó a correr hacía la cochinera y saltó la valla como cual agente 007, con tan mala suerte que no saltó lo suficiente como para que su pierna derecha pasara, haciendo que se cayera de boca. Sí, de boca. Rico, rico. Solté una carcajada monumental, incluso me fallaron las piernas de la risa que me entró. Y me quedé en el suelo riéndome sin parar. Noté como algo calentito se estampaba contra la parte superior de mi cabeza, no tardé mucho en entender lo que era. Aquél chico estaba delante de mí, mirándome incrédulo, con su mano apoyada en mi cabeza separada por lo que debían ser unos 5 centímetros de heces porcinas mientras yo seguía riéndome. Quitó la mano que tenía postrada en mi cabeza y me la ofreció para levantarme.
- ¡Qué va! Ni de coña te toco la mano– dije entre risas – ¡Estás lleno de mierda!
- ¡¿Pero tú te has visto loca del demonio?! – me gritó.
Y entonces me abalancé sobre él haciendo que perdiera el equilibrio provocando que cayera al suelo. Me miró enarcando una ceja.
- Hola, me llamo Brit. – Le sonreí mientras estaba encima de él.
- Ya te odio y ni siquiera te conozco. - dijo con una sonrisa cansada – Brian.
- Apártate inútil, me tapas el sol – dije con el mismo desdén que caracterizaba a una adolescente de 16 años.
Silencio y más silencio, y no, ni rastro de mi vitamina D. Abrí los dos ojos esta vez y lo miré profundamente clavándole mil puñales con la mirada mientras me sonreía con desdén. Enarqué una ceja. Nada, seguía sonriendo. Podía moverme yo haciendo la croqueta, pero ¿Por qué? Que se fuera él. Yo estaba aquí primero. YO MÁS Y MEJOR. Hombre ya.
Quince minutos después, ése cabrón seguía ahí parado, tapándome mis preciados rayos de sol primaverales.
- ¿Eres así de estúpida con todo el mundo? – preguntó incrédulo mientras se reía de la situación.
Inútil.
Ágilmente y sin escrúpulos, agarré una de las heces que había a mi abasto y se la tiré a la cara. Y empecé a correr como una condenada, intentándome alejarme lo más posible que pudiera. Usain Bolt a mi lado era un mero patoso.
- ¡Serás cerda! – Oí que mascullaba a lo lejos al darse cuenta de qué era lo que le había tirado.
Seguí corriendo como si no hubiera mañana, y me lancé estrepitosamente a una de las casitas para los niños del parque de al lado como cual conejo entra a su madriguera cuando está siendo perseguido por cualquier zorro hambriento. Guau. A veces me sorprendía a mí misma. Me miré la mano, la tenía llena de mierda y olía fatal. Empecé a reírme a carcajadas, no podía parar, estaba llorando de la risa. Me pasé una hora en babia riéndome cada vez que me miraba la mano, al olor ya me había acostumbrado hacía cosa de 50 minutos.
Cuando creí que el impertinente aquél ya se habría ido a su casa a lavarse, salí de mi escondite riéndome aún y con los ojos llorosos. No di más de dos pasos que algo me agarró por la cintura fuertemente y me levantó del suelo como si fuera una pluma.
- ¿Así que te gusta tirar mierdas a la cara de la gente? – Me susurró una voz masculina.
Mierda.
Empecé a patalear y a dar puñetazos al aire. Cómo si de una mochila ligera se tratara, me cogió de manos y pies. Y empezó a caminar. En el fondo la imagen era muy cómica. ¿Sabéis cómo cuelgan los monos de una rama? Pues más o menos. Había vuelto a mis orígenes. Lo miré, seguía sonriendo. La verdad es que no tenía miedo, no me iba a hacer daño, solo iba a vengarse y para ser sincera esperaba que su venganza estuviera a la altura, ese chico empezaba a gustarme y mucho.
Diez minutos más tarde acabamos en una especie de casa antigua grande, parecía una…
Oh, no.
En efecto, estábamos ante las puertas de una granja y no, ése día no era mi día de suerte, no estaba abandonada desde hacía muchos años.
Entró dentro de la granja y me llevo a dónde yo ya sabía que me llevaría. Al palacio real de la Reina de Inglaterra. Mentira. Se puso delante de una de las vallas, apoyó mi cuerpo en uno de los barrotes y me dejó caer dentro de la cochinera, impactando contra el suelo, llenándome de mierda hasta los ojos, literalmente. Decs.
- ¡Aquí te quedas! – Canturreó mientras se daba media vuelta y se iba.
Me incorporé y presa de la emoción del momento – en momentos como estos me planteaba seriamente la opción de que tal vez en otra vida llegara a haber sido un cerdito Navidul, Nabritdul. Ja,ja,ja. – hundí mi mano en aquél mar de heces y le lancé con todas mis fuerzas una bola de mierda del tamaño de una pelota de básquet. Y acerté. Dándole en toda la nuca, haciendo que aquél extraño diera un trompicón hacía adelante a causa del impacto.
Se giró incrédulo.
- ¡Ven a por mí cobarde! ¡Que te voy a dar la vitamina A, B y C tuya y de tu madre, capullo! - chillé bien fuerte, mientras le hacía un corte de mangas.
Empezó a correr hacía la cochinera y saltó la valla como cual agente 007, con tan mala suerte que no saltó lo suficiente como para que su pierna derecha pasara, haciendo que se cayera de boca. Sí, de boca. Rico, rico. Solté una carcajada monumental, incluso me fallaron las piernas de la risa que me entró. Y me quedé en el suelo riéndome sin parar. Noté como algo calentito se estampaba contra la parte superior de mi cabeza, no tardé mucho en entender lo que era. Aquél chico estaba delante de mí, mirándome incrédulo, con su mano apoyada en mi cabeza separada por lo que debían ser unos 5 centímetros de heces porcinas mientras yo seguía riéndome. Quitó la mano que tenía postrada en mi cabeza y me la ofreció para levantarme.
- ¡Qué va! Ni de coña te toco la mano– dije entre risas – ¡Estás lleno de mierda!
- ¡¿Pero tú te has visto loca del demonio?! – me gritó.
Y entonces me abalancé sobre él haciendo que perdiera el equilibrio provocando que cayera al suelo. Me miró enarcando una ceja.
- Hola, me llamo Brit. – Le sonreí mientras estaba encima de él.
- Ya te odio y ni siquiera te conozco. - dijo con una sonrisa cansada – Brian.
Continuará...
V.
Consigues la carcajada de cualquiera!!! Me lo he pasado pipa leyendo!! jajajajaja muuuy buena!!
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