lunes, 3 de diciembre de 2012

Brit - Capítulo 3.


Yo era… Yo era todas las personas que habían pasado por mi vida, personas que seguían a mi lado, personas que habían tomado un camino distinto, personas ya fallecidas y personas que seguían brillando con luz propia en un mundo, dónde la electricidad empezaba a agotarse.

Todas esas personas me enseñaron que en esta vida, hay que resplandecer cómo el sol y no cómo las estrellas. Que hay que aprender a no aceptar las cosas tal y como nos vienen. Que estamos obligados a patearle el culo a todo aquél que intente hacernos sentir inferior. Ellos me enseñaron a no callarme, a rebatir hasta que me quedase sin saliva, a ser una ilusa y a seguir luchando aunque el barco ya hubiera zarpado hace tiempo. Aun así, también aprendí que uno ha de saber parar y ha de saber diferenciar la fina línea que separa ser un iluso, de ser un cazurro. Por aquello de no malgastar toda tu vida haciendo el imbécil.

A veces, yo también era alguien que odiaba sus estupendas teorías de mierda porque si nos poníamos estrictos, tenía que acabar admitiendo, aunque odiara hacerlo, que yo también era aquél vecino del quinto al que era más fácil saltarlo que rodearlo. Un hombre con el que nadie quería subir al enorme ascensor de 2x2 de mi bloque, más que nada, por aquello que siempre dicen de que los pequeños detalles marcaban la diferencia. Hablo enserio y, hablo de su aliento. No os llegáis a hacer una mera idea de lo mal que le llegaba a oler el aliento a cebolla rancia todos y cada uno de los días de la semana, sin excepciones, él jamás fallaba. Creéroslo. Ah, y tranquilos... Yo también sigo preguntandome cómo lo consigue.

No, enserio, tendríais que ver a mis geniales vecinos, los deportistas. El hecho de subir por las escaleras no les parecía una mala opción al ver al señor Cebolla esperando el ascensor. Incluso yo, la reina de los perezosos - cómo adoraba a ese encantador animal - me convertía en una deportista de élite en momentos como aquél. Una, hacía cualquier cosa con tal de no tener una muerte tan patética cómo aquella. Aún me acuerdo de la primera vez que me metí en la boca del lobo - en la boca de un lobo muerto, muerto desde hacía un mes - . Qué tiempos aquéllos en los que era insensata e  inocente. Creo que nunca se me había hecho tan largo subir tres pisos aguantando la respiración.

En definitiva, aquél hombre, que con solo una sonrisa conseguía que las personas tuvieran hábitos tan saludables como subir ocho pisos andando, también formaba parte de mi. Es lógico. Imaginaos, veinte años de eterna salud, como podría osar no tenerlo en cuenta.

Dejándome de cursiladas y comentarios crueles - los cuales, he de admitir,  disfruto infinito, para qué engañarnos- yo era una virgo de 20 años con ansias de cambiar el mundo, una atea con serias dudas sobre el más allá, alguien interesado, si más no, en las personas. 


A pesar de estar interesada en el ser humano, aquél animal egoísta que "supuestamente" provenía del mono  y digo supuestamente, porqué la mayoría de veces lo dudaba, y mucho. No es posible que provengamos de un animal tan listo como lo es el mono. ¿Qué? ¿Que no me creéis? En mi defensa he de decir que al menos ellos no destruyen su hábitat ni se matan los unos a los otros por el puro placer de ver sufrir a sus iguales. 

Como iba diciendo, a pesar de estar interesada en los de mi especie, yo era alguien que se cansaba muy rápidamente de los demás. Para más inri, mi madre, la oportunista, siempre me decía que yo era demasiado independiente y que eso no solía agradar a las personas. Incluso mis amigas solían decirme que moriría sola. "Oh... ¡Pobre Brit!" estaréis pensando.
¡Venga hombre! No sintáis compasión por mi. Cómo si me afectara. Yo a mis veinte primaveras tenía muy claro que las únicas histéricas que morirían solas agarradas a una botella de vodka a sus sesenta años serían ellas. Por pesadas.

Hacía tiempo ya, que yo sabía, con cada poro de mi piel, que la vida me tenía algo preparado, algo inmenso, no merecía menos. Aunque a veces.... Pues, dudaba. No negaré que más de una vez había sentido ese miedo a morirme sola. 

...

¿Qué? ¿¡Eh!? No,no,no,no... Ni se te ocurra mirarme así.

Todo el mundo tiene miedo a morir solo ¿sabes?. Sí, incluso señor Cebolla y Mr. Bailodesnudoenelsalóndemicasa. Ellos también temen morir solos. ¿Que cómo lo sé? Pues gracias al libre albedrío de los poderes.

Sé que ahora mismo estarás pensando que estoy tarada y que mi cabeza es lo más cerca que has estado de una bomba de relojería, llena de ideas y pensamientos, a punto de explotar. Y que crees que no soy consciente de ello. Pues, amigo mío, siento decepcionarte, la tierra no es plana, llegas tarde, hace tiempo que soy consciente de todo esto, no has descubierto el chocolate.

A veces, tengo tantas cosas en la cabeza que jamás acabo de explicar algo porque salto de una cosa a la otra y justamente cuando he llegado a esa otra cosa... ¡Pof! Un nuevo pensamiento irrumpe con fuerza, consiguiendo que me pierda entre pensamientos y ideas geniales. Pensamientos y ideas geniales que, por desgracia, solo tienen sentido aquí. En mi cabeza.

Como te estaba intentando explicar, yo era una chica normal y corriente hasta la fecha, sí, aquella fecha, aquél momento. ¿Lo recordáis? El “turning point”. 
The moment that changes everything…


Adivinad qué. Continuará...


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V.

1 comentario:

  1. Una brillante reflexión la del mono. Sin duda, pone muy en entredicho a Darwin. Los monos son más avanzados socialmente que nosotros, tienes toda la razón :)

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